Ritual de Títeres (Novela, 1992): Comentarios


En busca de lo trágico

Por E.M. Cioran
«Su novela Ritual de títeres es una contienda entre filosofía e imagen que conduce afortunadamente a la tragedia».

(París, Francia, septiembre 26 de 1992).





La palabra del origen

Por Roberto Juarroz
Ritual de Títeres podría definirse como la aventura del regreso a la primera palabra.

(Buenos Aires, Argentina, octubre 15 de 1992)






Saludo a Ritual de títeres
Por Olga Orozco
«Ritual de títeres es un libro colmado de hallazgos, de múltiples sutilezas y de una concepción muy especial, muy personal en toda su estructura. Su complejidad, su densidad, sus definiciones y sentencias son perturbadoras; no hay una sola frase llana, un puente habitual, una consideración directa que permita escapar de las corrientes encontradas y singularmente entretejidas... Agradezco la riqueza inagotable de cada página y la excelencia de su escritura».   
(Buenos Aires, Argentina, marzo 10 de 1993).

La palabra en el trapecio
Por José Ángel Valente

Desde los bellos poemas de Apocalipsis de la rosa, Márquez Cristo ha recorrido un despiadado tránsito poético que nos conduce ahora a la experiencia profunda y destellante de su novela –si puedo llamarla así– Ritual de títeres. En esta extraña obra, cargada de reflexiones y de imágenes, impera una escritura que me interesa vivamente.

(Almería, España, noviembre 17 de 1992)

Poesía revisitada
Por Casimiro de Brito

Me ha entusiasmado tanto tu novela Ritual de títeres que ya la leí tres veces. Leí es falso… porque no es una novela que se lea, es poesía que se revisita incesantemente. Anoche, leí más de una vez en voz alta —para que mi compañera lo escuchara—, el capítulo 31, “Derrumbes”: Un lago de silencio antecede el desgarrarse. Los tripulantes de mi corazón han perdido la estrella que perseguían. Descendamos brutalmente hacia la noche. Cautivo en el misterio, él pregunta: ama. Y ella me interrumpió diciéndome: “Es muy bello, pero yo también tengo una pregunta que no puede ser resuelta: ámame”. 

(Lisboa, febrero 3 de 2012)


Ya es hora de colgar la sombra

Por Ignacio Ramírez
Ha transcurrido un cuarto de siglo desde la aparición de Cien Años de Soledad y ya se cuentan dos décadas tras el advenimiento de la fama mundial para su autor y –¡todavía!– la noticia literaria colombiana se identifica con la proclama de que aquí no ha pasado nada después del gran deslumbramiento proyectado por Nuestro Señor de Aracataca.

Es hora de revisar y corregir esa tendencia al menosprecio por lo nuestro. Un buen lector de literatura colom­biana debe saber que no sólo de Macondo vive el verbo. Gabo es grande, no hay duda. Han sido su talento, su perseverancia, su visión del mundo y su fe en la palabra, elementos básicos para que nuestra literatura dejara de ser el florile­gio que (excepciones reconocidas) nos endilgó los sospechosos califi­cativos de greco‑quimbayas, at­enienses de Suramérica y otros "prestigios" similares.

Ignorar obras sólidas reconocidas internacionalmente, como, –para citar apenas algunos ejemplos –las de Germán Espinosa, Héctor Rojas Herazo, R.H. Moreno-Durán, Rodrigo Parra Sandoval, Álvaro Mutis, etc., es por lo menos hacer confesión pública de no haber ahondado en ellas. Si bien es cier­to que del copioso material que se publica es poco lo que se salva, también existen libros a los cuales valdría la pena prestar atención y no descalificarlos simplemente "porque en Colombia no hay tradi­ción novelística" o porque "nadie da la talla".

Habría que revisar, para no ir muy lejos, la obra de Cano Gavi­ria, Fernando Vallejo, Julio Ola­ciregui, Álvaro Medina, Carlos Perozzo, entre otros.

Más cerca aún, Evelio Rosero, Boris Salazar, Rafael Chaparro Madiedo. Y Gonzalo Márquez Cristo, cuya obra Ritual de Títeres acaba de aparecer y es la que suscita este exordio porque plantea interrogantes frente al oficio de la literatura. Con evidente conciencia de los elementos que, componen el trabajo de escribir, Márquez acomete una extraña pero armónica tarea de tejido entre géneros: el ensayo, el relato, la sentencia filosófica, el manejo del diálogo, la imagen teatral, la con­figuración técnica de una estruc­tura, la reflexión sobre el valor y el significado de las palabras sig­nadas por pronombres (yo, tú, él, usted, ella).y personificadas por seres mitológicos (Orfeo, Mirtilo, Jano, Fedra, Ariadna) que a lo largo del texto protgonizan una múltiple historia de amor que lleva a conclusiones inexorables: es hora de "colgar la sombra, de asumir la mutación de la palabra y forjar al fin la pareja que desconozca el paraíso".

Se trata de un juego para tomar en serio: la palabra y la idea como entes maleables, los códigos, las verdades y las mentiras con posi­bilidad de metamorfosis, la nove­la como un género donde todo es posible y todo vale. Y la necesidad de un lector que no se conforme con la historia lineal sino que entre a formar parte del laberinto cuya puerta se abre con la primera página del ritual titiritero, pero cuya boca de salida sólo puede ser posible si al fin nos damos cuenta de que llega el instante en que estamos vestidos con palabras".

Márquez Cristo, los personajes, las palabras, los signos, las claves, los símbolos, el lector, son las marionetas que monologan dia­logando o que espantan sus fan­tasmas cuando descubren que "el arte es la única venganza del hombre contra el tiempo". Son doscientas páginas donde a cada instante nace el juego, donde cada personaje es uno y todos a la vez, y donde la incesante búsqueda de la expresión suscita imágenes que trascienden la simple retórica o el agobio de la lírica proverbial. Ritual de Títeres nos plan­tea que "ya no necesitamos fil­ósofos sino estrategas del espíritu", recuerda que "el dolor dejó de ser literatura", que "la vida es un relato contado por Heráclito", que "todas las fuentes son invisibles", que "detrás del lenguaje se trata de esconder la palabra" y que "el amor es la condena de quienes no saben vivir". Pero no es un libro de frases hechas, simplemente. Tal vez, sí, el camino elegido por un escritor que no ha cumplido aún los 30 años de edad, para demostrarnos que no todo lo que brilla es Macondo en nuestras letras. Probar o no probar, he ahí el dilema.

(El Nuevo Día, La Opinión, El Diario del Sur, El Colombiano, La Patria, enero de 1993)



Ritual de Títeres
Por Enrique Ferrer

Aquí, el hombre arroja la máscara, elige lo inmutable –lo cer­cado por la muerte–: La palabra. sólo así recupera el amor: prefiere lo que perece a toda imposibilidad de nacimiento.

El diálogo desborda los cuerpos. Los personajes no son un ador­no más del paisaje narrado. El diálogo evoca al hombre. En el paisaje hay cenizas de amor que tiñen los cuerpos.

Gonzalo Márquez pactó con el lenguaje buscando el amor, porque el pen­sar desborda el sentir cuando se trata de ser tu‑yo.

No busques lectura en Ritual de Títeres, deja que la novela te lea. Si miras las señales te puedes perder, tan sólo deja que tu cuerpo sea la flauta y la novela tañerá en ti cantos milenarios.

Sí, la novela nos rechaza, nos expulsa del paraíso, es necesario to­car a su puerta y acceder al diálogo. Pero por favor abandona tus amuletos, aquí el sujeto y el predicado deambulan extra­viados. Aquí una acotación no significa aclarar, ni una guía es una puerta que se abre.

Nombrar requiere, compromiso, sí. Has cercado con palabras tu caverna pero, no olvides otorgar antorchas al visitante. Así hablaba el lector.

En Ritual de Títeres el poeta trasgrede su condición de mor­tal, abandona lo sucesivo del lenguaje y relega la realidad al ritmo de la palabra. Sí, y la palabra aquí sucede. Pero cada e­nunciado multiplica el mundo, corrige el pasado y sueña. Por ello la obra es moderna, es totalizante, es contemporánea de La Ilíada, de La Divina Comedia o de Cien Años de Soledad. Sin du­da es un visionario quien escribe. Cerró los ojos para purificar la llama del pensamiento. Pero Márquez Cristo nos muestra la versión del Olimpo, aquí todos son dioses –incluso, narrador, personajes y tal vez el lector–, pero extraña­mos a los mortales, los mismos que son envidiados por los dioses en la Ilíada. Esos que viven en el tiempo sucesi­vo, que se nombran con lengua de mortales, que apagan la lámpara de noche para soñar.

Ritual de Títeres es una novela escrita, protagonizada y leída por dioses. Ella te lee, dice el poeta. Es una no­vela visionaria en tal grado, que vuela hacia atrás co­mo Orfeo. Acude a Ritual de Títeres quien ya ha leído el mundo: aquí, tiene una versión. El autor se ha despoja­do de los ojos para poder recordar. Pareciera que el espacio no existe porgue el lugar del muro lo señala el diálogo. Los cuerpos terminan con el eco. La muerte no es un hecho físico, es no sentir más la música del otro. Tal vez sea esta la arquitectura del próximo siglo.

Sin embargo, en el diálogo que completa el círculo, des­de el Olimpo hasta los mortales, Ritual de Títeres desdeña el tiempo que se mide con el cuerpo ausente: El re­loj de arena era la única posibilidad que teníamos para ver la caída de los segundos. Si ya has leído el mun­do puedes venir aquí y tomar una versión, puedes asistir al último ritmo del cantor, pero no olvides las canciones viejas, puedes necesitar muletas.

Esta versión estética (novela‑poesía‑teatro‑ensayo) nos plantea la más contemporánea composición literaria, la última versión del hombre tras varios miles de años de escritura. Pero ¿acaso no requerimos de equilibrio entre el Olimpo y los hombres? ¿O todos deberíamos pactar como Aquiles? Sacrificar una porción de lo nuestro para ac­ceder a la protección divina. Está puesto el reloj.

Revista Solar, Mérida, Venezuela,marzo de 1994.



En la veta del futuro
Por Efer Arocha

En la lectura de muchas novelas, a veces llega un aburrimiento que lo hace sentir a uno fofo y mohoso, consecuencia de esos libros que se parecen los unos a los otros. Las diferencias que median entre la obra de éste con la de ése o aquel son las apenas formales como el color y la carátula. Al lector calificado le basta una hojeada de escasos minutos para cerrar sus páginas para siempre. En el caso de Ritual de Títeres de Gonzalo Márquez, lo primero que el lector encuentra es un mundo distinto del lugar común; se está frente a un producto literario que de primera lectura es inclasificable. Aquí se inicia la originalidad del creador que sabe que uno de los rasgos de la calidad de una obra literaria es la diferencia. Esa distancia que permite identificar una creación por su particularidad literaria, su inconfundibilidad en el torrente de la producción.

Ritual de Títeres es un discurso literario en prosa poética que produce un deleite por lo depurado de la frase, la construcción del párrafo y el caracoleo del significante, que mediante un vaivén de imágenes poéticas permite a las palabras destilar una sonoridad que llevan al buen lector a extasiarse en una experiencia totalmente subjetiva. Es un libro que camina por entre las interioridades del lector, tiene muchas novedades propias para un ensayo. Nos detendremos en algo que nos parece vital para la literatura colombiana. Vemos en este libro una veta de un camino distinto, que va hacia la literatura del futuro, la que necesariamente tendrá que ser algo muy distinto de lo que se está haciendo en estos momentos en Colombia.

Y aunque a nuestro juicio, Ritual de Títeres presenta algunas carencias, ésta es una de esas creaciones que sólo el lector y el tiempo pueden clasificar. Haberla denominado novela fue hacerle una lesión. Porque en rigor no lo es. Su segunda debilidad es el anacronismo de tender a lo foráneo. América como Colombia es una fuente inagotable de inspiración y esto nos trae a la memoria un debate en estos días con motivo de los 500 años en el Centro Pompidou, sobre lo universal de la literatura latinoamericana. En los momentos culminantes, cuando el silencio se apodera de la conclusión, porque parece que la cosa no es clara, donde los cerebros se despeñan hacia el vacío y uno se angustia porque las ideas se ausentaron; de pronto en medio de esa ausencia conceptual un oyente de pura cepa francesa se levantó de su silla situada en un extremo del auditorio y dijo: “Yo compro libros de autores latinoamericanos que son los que más me gustan porque en ellos encuentro experiencias de vidas distintas a la mía, que me hacen gozar por sus fantasías y realidades que me parece haber vivido en alguna parte de mi pasado”.

(Revista Vericuetos, Capítulo Francés, París, Francia, abril de 1993