Por Javier Osuna
Los 16 años de “Común presencia” han dejado un importante legado en nuestro país. Su revista es pionera en muchas búsquedas estéticas y ha contemplado el desarrollo artístico de la última década. ¿Cuál es la importancia de espacios cómo “Fahrenheit 451”?
La necesidad de las revistas literarias y de los espacios culturales alternativos es cada vez más urgente, si tenemos en cuenta que los periódicos y los medios de comunicación han instituido una visión de cíclope, restringida y mutiladora, que excluye la riqueza de lo prismático y todas las tentativas de pensamiento liberador. Es importante recordar que alrededor de revistas literarias como Orígenes en Cuba, Sur en Argentina, Las Moradas en Perú, Mito en Colombia y Letras de México, nuestras literaturas lograron un fulgor y un reconocimiento esencial, y que en sus respectivas latitudes y tiempos aunaron a unos seres febriles, que harían respetar sus sueños y conformarían el magma verbal de nuestra contemporaneidad. Sólo espacios propiciatorios como las publicaciones desinteresadas podrán impedir que triunfen las hordas que procuran la extinción del libro y la condena de todos los laberintos sensibles. Sólo una secta de muchos ojos y una escritura de alta temperatura (la cual deseo para Fahrenheit 451) podrá combatir a esos terribles bomberos que en la citada novela de Bradbury incineran los libros y nuestras fantasías, y son cada vez más abundantes en estos tiempos hostiles.
¿El arte ha fracasado?, la pérdida de la doctrina de la sensibilidad reina en la actualidad, el dinero promueve iniciativas concretas en contra del arte a través de grandes conglomerados económicos. ¿Se asiste a la extinción de algunas formas artísticas?
“He hablado muchas veces de la inutilidad del arte pero nunca del consuelo que procura” dice Lawrence Durrell y quizá esto responda un poco la pregunta. Todas las derrotas del hombre son triunfos del arte. Sólo esta opción humana trabaja con alguna eficacia sobre el dolor, la muerte, el derrumbamiento y las cenizas. El arte es el ámbito vivible, habitable, de los derrotados, de los perseguidos... Es una de las pocas venganzas que podemos ejercer los desposeídos contra una realidad funesta. En cuanto a la segunda parte de la pregunta creo que existen monopolios que promueven la usura de las manifestaciones culturales exigiendo y promoviendo obras ligeras, realizadas con una estricta y vana fórmula comercial, que parecieran tener fecha de vencimiento, porque al cabo de un año ya nadie recuerda a sus autores. En cuanto a la extinción de algunos géneros, advierto que la novela lleva más de cinco décadas agonizando, a tal punto que Geroge Steiner decía que no podía hablar sobre la profecía del fin de la novela pues esté género ya había desparecido, y quizá tenga razón pues sólo a los cadáveres los puede tratar de esa manera implacable el comercio. La poesía en cambio –para nuestra suerte- es inutilizable todavía. Por lo demás, en el territorio de la plástica, es evidente que ya han especulado demasiado con el arte abstracto que parece completamente saqueado y es notorio que la dramaturgia pasa por un momento crítico por la imposición que opera sobre ella de formas audiovisuales tantas veces inofensivas. La civilización se ha convertido en una fábrica de imágenes triviales y fugaces. Creo que hemos dejado muy sola a la palabra.
En “Fahrenheit 451” Bradbury denuncia el vacío intelectual al que podría someterse el hombre en un futuro cada vez más próximo. ¿Son los medios de comunicación responsables de este caos aparente o existen libros que merecen ser quemados?
Todas las manifestaciones del poder intentarán reducir zonas del pensamiento. Los marxistas hablaban de “alienación” y en la última década se ha teorizado sobre el “analfabetismo secundario”, pues aunque las personas sepan leer están expuestas a que su mente sea dirigida por un poder totalizante y a veces invisible. Los medios de comunicación han demostrado ser eficaces en su papel de titiriteros de nuestra imaginación. Por eso es oportuno iniciar una resistencia en todos los escenarios de lo imaginario. Nunca podemos creer en las afirmaciones de los que reinan, como nos advirtió Andersen en El traje nuevo del emperador, debemos estar preparados para denunciar que el emperador camina desnudo.
La especulación comercial de arte no cesa, con frecuencia hablamos de manifestaciones “ornamentales”, en un mundo donde se escribe para vender y se lee para comprar. Pareciera que el arte colombiano se limitara tan sólo a lo burdo, macabro y escandaloso. ¿Debe vivirse el arte, o su función poética debe pretender una trascendencia hipotética?
La creación debe provenir –como lo imaginó el Romanticismo– de la existencia, para que sea verdadera. Todo lo que es impostado, o aquellas obras que obedecen a un esquema impuesto por el comercio se desvanecen rápidamente. A veces los pintores pintan caballos o bodegones para satisfacer algunas necesidades de la decoración, lo cual es tan peligroso como escribir novelas sobre temas truculentos que tienen un público inmediatista y cautivo, con el agregado de que es repugnante traficar con nuestras miserias.
La desaparición de las fronteras a causa de la globalización representa un riesgo para las culturas nacionales. ¿Qué papel juega el arte frente a todas estas formas de estandarización? ¿Se reviven las “Crónicas marcianas”? ¿Es el artista el último héroe de la contemporaneidad?
La globalización destruye nuestra memoria, aniquila nuestros orígenes. De los cinco mil (o más idiomas) que se hablan en la Tierra cada mes desaparece uno y se entroniza el omnipotente inglés, que para completar está siendo expandido más por el comercio que por la poesía. En la novela de Bradbury que menciona hay un personaje que ante la posibilidad de que los terrícolas destruyan a los marcianos –tal cómo ocurrió con la llegada de los europeos a América– decide cambiarse de bando, luchar por los más débiles. “La misma ley para el lobo y el cordero es opresión” había dicho Blake. Y Camus: “el artista no debe estar con quienes hacen la historia sino con quienes la padecen”. Dos legados importantes... Quiero solamente agregar que la desaparición de una lengua altera o elimina formas del pensamiento que podrían ser necesarias para encontrar un camino salvador. No es posible olvidar que todo lo que sabemos del pensamiento lo sabemos a través del lenguaje. Y en lo referente al artista –para ceñirme a la culminación de la pregunta–, sospecho que siempre debe ser un hereje, que avanza a contracorriente, dispuesto a criticar los aspectos de la existencia trivial u opresiva que le ha correspondido vivir.
Las generaciones pasadas gozaron de referentes claros y significados precisos, el hombre actual sabe un poco de todo. Se vive una crisis de valor irremediable y la misma especialización de la vida oculta toda posible salida.
La especialización es útil cuando el magma del conocimiento no se puede centrar, pero es nociva cuando el hombre pierde perspectiva sobre su horizonte. El hombre primitivo tenía una comunión con las plantas y las estrellas que ha desparecido, la desnudez perdida de la que habla René Char. No se puede llamar hombre civilizado a aquel que desconoce cuál es la constelación de Andrómeda y que ignora todo sobre las flores y los métodos primitivos de hacer el fuego.
El hombre no es propietario ni genera la comunicación, participa de su desarrollo constante mediante el habla, la escritura y el mismo silencio. La proliferación de la tecnología ha convertido dicho fenómeno en algo aún más articulado y resulta difícil escapar del pesado territorio del hombre, y se traspasa con facilidad la barrera íntima del ser. ¿En verdad necesitamos tanto de nosotros?
Hemos convertido a la comunicación en simple información, en datos. La comunicación sólo es posible dentro del universo de lo sagrado, en los rituales, en la poesía, en el amor... Por suerte el silencio –no impuesto– propicia una comunión con el mundo. El hombre es algo que debe ser superado, había dicho Nietzsche.
Es evidente el compromiso de su revista con el periodismo, especialmente con el género de entrevista. Algunos de los principales escritores contemporáneos han pasado por las páginas de “Común presencia”; ¿qué queda de Cioran, de Vargas Llosa, de Saramago?
En esa treintena de entrevistas a grandes creadores de nuestro tiempo que he realizado en su mayoría con la complicidad de la poeta Amparo Osorio (editora de la revista Común Presencia), además de la palabra resplandeciente de aquellas voces iluminadas, han quedado sensaciones de seres que se debaten contra una existencia que nunca deja de ser adversa. La conversación con E.M. Cioran dejó senderos habitables para los lectores y para nosotros el recuerdo de un hombre-niño relampagueante. Mi charla con Vargas Llosa dejó la sensación de haber estado con una máquina mental, de un frío aparato del pensamiento que se despedía con un brazo de hierro. El pintor chileno Roberto Matta fundó para nosotros en Roma un paisaje de rayos y lúdica. Juan García Ponce legó la imagen de un pájaro encerrado en una cárcel de piedra. Sábato su ironía sombría en una casa con olor a perro lanoso. Saramago una estela de humanismo y de luz...
¿El hombre esencial está siendo borrado del mundo convencional? Cada vez menos crónicas y reportajes aparecen en las publicaciones nacionales. El auge del receptor desinteresado por lo específico potencia a los consumidores ávidos de ligereza política y columnas de opinión intrascendentes.
Los directores de los periódicos y los programas radiales o televisivos piensan que sólo nos interesa la farándula y el deporte, lo cual podría simplemente contradecirse si pensamos en las multitudes que mueve el Festival de Teatro de Bogotá o el de Poesía de Medellín. Definitivamente existe un intento de excluir a quienes necesitamos el placer del arte y de la verdadera comunicación, y si eso no obedece a negligencia o facilismo por parte de los dueños de la información, es porque es más fácil y rentable reducir el espacio de los sueños que puedan ser liberadores. Para seguir con las metáforas tomadas de la ciencia ficción, el soma que nos adormece, del que habla Aldous Huxley en Un mundo feliz, es administrado por los medios que esclavizan nuestra mente de manera consuetudinaria. Es hora de escapar!
¿La literatura juega un papel fundamental en la concepción del tiempo? ¿Clarifica la realidad o la evade? Su discusión resulta fundamental para la poesía que en palabras de Sábato sólo puede hablar del tiempo y de lo irreparable.
Se ha dicho que la novela y el cuento rectifican el tiempo, lo hacen más intenso, le eliminan momentos congelados. También que la narrativa fluye en sentido horizontal y la poesía en vertical (Bachelard), lo cual esclarece un poco nuestra aproximación a esos estadios creativos. Sin embargo es fundamental meditar sobre el instante, sobre esa cúspide del tiempo que puede forjarse y extinguirse a sí misma, esa forma de la existencia que adiciona los tres tiempos y simultáneamente los disuelve. La poesía contemporánea se ha permitido colonizar el instante.
¿Tiene la poesía un verdadero compromiso con la marginalidad? Su rastro permanece latente en los corazones de las minorías. Su expresión es irrefutable: “para que podamos callar han liberado al poeta” “El mayor problema de los tristes es todo el tiempo que nos sobra”
La poesía intenta un diálogo con la muerte y eso implica con frecuencia un ocultamiento. Asiduamente se ha comparado a la poesía con formas esotéricas y a veces se ha pretendido escribir bajo esa premisa: el caso más notable fue el de Mallarmé. Para centrarme en la pregunta pienso que el poeta indaga en el silencio, que conoce la palabra desde los abismos de las letras, que puede escuchar su primer latido, y volviendo a lo que habíamos postulado anteriormente, creo que el poeta es el encargado de proteger el misterio, de cultivar en la desgarradura.
Resulta notable el papel de la mujer en su obra, un Yo Ariadna, el vínculo natural de su presencia indispensable para la poesía, usted mismo lo plantea en su novela Ritual de títeres...
La mujer, la condición femenina, está revestida de unos signos fundacionales. En las religiones más ancestrales la mujer era la dadora de vida, la Diosa Blanca es un ejemplo de ello; de esta forma se podría decir que dios es mujer. Recuerdo que Michelet en su fundamental libro La bruja dice en alguno de sus apartes “el hombre caza y lucha, la mujer intriga y sueña...” dejándole a ella la responsabilidad de lo imaginario, lo cual es muy llamativo. Hemos visto en el último siglo cómo la mujer ha comenzado a sembrar en forma sistemática sus signos, sus palabras, sus imágenes, sus pensamientos; que parecieran ser cada vez más necesarios para la construcción de un mundo verdaderamente humano.
¿Y la belleza?
La belleza se transmuta. El ideal que poseían los griegos no es el que nos dirige a nosotros –y mucho menos cuando está manejado por los dueños del maquillaje universal–. Es probable que si fuéramos como Fausto a conocer a Helena de Troya nos burlaríamos de su belleza. Los griegos pintaban y esculpían el ideal, los renacentistas se humanizaron, el arte del siglo XX abolió la figura, sin notar el riesgo de ese extremismo pictórico que expresa nuestra soledad. Sin embargo la belleza pretende un equilibrio –a veces secreto– como lo pensaban los antiguos, aunque hoy también sabemos que debe provocar una convulsión capaz de aumentar el espacio de nuestra mirada –como lo enunció Breton. La belleza aprendió el nombre de la herida.
La tergiversación de lo erótico a pornográfico... ¿Se desata el arte cuando nos igualamos a nuestros deseos?
El erotismo es siempre imaginativo, está cautivado por el lenguaje, por la lúdica, por lo sutil, por lo trascendente, por lo ceremonial... Lo pornográfico es obvio, reiterativo, y lleno de demasiados primeros planos. Es el exceso de la representación. Y el deseo –como diría Cernuda– es una pregunta cuya respuesta no existe, y claro, es el que origina los otros dos. El deseo es dador de vida, es semilla de existencia... Ahora recuerdo que Freud, en sus experiencias clínicas, proponía al deseo como el único remedio contra la angustia.
Cuán grande es la dimensión afectiva del hombre, la sensación resulta de un vacío necesario, de una “huella errante”: ¿y todo esto para poder amar? Aunque “el amor esté tan desprestigiado, que ni siquiera sea un buen pretexto fatal”
El amor es una posibilidad de lo sagrado, una de las pocas a las que todavía tenemos acceso. Este sentimiento se reinventa cada vez, obedece a su poder mitificador. Y aunque parezca extraño quizá sea importante creer en él en estos tiempos donde el misterio es exclusividad de la ciencia; disciplina que comienza a reconocer sus erráticos dogmatismos. Quizá el amor tenga un resurgimiento incandescente en el ocaso de la post-modernidad como lo tuvo durante el Romanticismo y el Surrealismo, cuando algunos poetas deificaron a la mujer y soñaron el amor-pasión en la Provenza medieval. Es raro evocarlo en esta centuria pragmática y en esta revista con nombre de fuego (Fahrenheit 451): pero no podemos dejarle a los hombres y mujeres del porvenir toda la responsabilidad de soñar su necesario y legítimo regreso, sin siquiera preocuparnos por convocar en este comienzo de milenio el retorno de su fulgor herético. Deberíamos intentar desde estas páginas un secreto brindis por aquellos que todavía imaginan que Eros puede entregarse a Psiquis con la certeza de que ella no intentará de nuevo profanar sus enigmas. Quizá debamos hablar de “lujuria espiritual” como creía San Juan de la Cruz, pues sólo el amor puede arrebatarle territorios a la muerte.
Bogotá, febrero de 2005
(Foto: Serie "Mujeres pájaro" de Gonzalo Márquez)