Retrato realizado por Carmelo Sobrino
DESCENSO A LA LUZ
La noche es mi regreso. Transito el museo de la ausencia.
Todo sufrimiento es inútil para quien no persigue la poesía, para quien no
alimenta con sus ojos a las águilas.
Ejercito la sed. Amo tan sólo a quienes no pude salvar.
Ya no existe una oscuridad que guíe nuestros sueños ni los fantasmas del
deseo inconcluso; sólo el abyecto intercambio que ha remplazado al rito.
Ya no busco, pierdo...
Y ni siquiera encuentro lugar en el asombro.
No puedo olvidar más. Ni pretendo saber las tres respuestas ocultas por la
muerte.
Aquí nadie carece del odio necesario para recobrar el paraíso, ni confiesa
su ruda caída en el día.
Debo ser sombra o grito. Retorno o nacimiento.
Cada origen decretará la abolición del yo.
Es entonces cuando la respiración será verde.
Y aunque todo se lo deba al dolor... Avanzo: caigo. Elijo los caminos que
no tienen final. Las voces que incendian las tinieblas. El poema.
Tú lo sabes, cuerpo estremecido:
No es en el tiempo donde he puesto mis palabras.
GÉNESIS
Para sobrevivir nos arriesgamos a la memoria, nos entregamos al vacío.
Ya conocimos el ave de rapiña del viento y la serpiente del agua. El
silencio jamás volverá a separarnos.
Regresamos al sílex, escuchamos la oración del fuego.
Emprendemos el numinoso sobresalto. Vivimos la voracidad de los hallazgos y
el juego espectral del deseo.
El único fruto del árbol al que no podemos renunciar es a su sombra. Sufrimos
la persecución de la primavera –y fue allí donde la palabra se hizo verde.
Lo que más dura es el instante, lo que más oculta es la luz.
Cuando se interrumpe el tiempo alguien decide nacer.
CITA DE LA TIERRA
Lo tenía todo hasta que llegó la palabra.
Durante la vigilia conocí el grito azul. Probé todas las máscaras incluidas
las del tú. Esperé que mi pobreza me hiciera libre y delaté a aquellos que
decidieron heredar los desiertos.
Los señalé con mano de sal y deserté de la luz.
La sublevación del deseo nos dejó a la intemperie.
Imitamos la palidez de la luna y curamos la herida del insomnio con la
ventana trémula de un cuerpo desnudo.
Las lágrimas, el miedo, las visiones, y todo lo que será recuerdo, me forzó
a la fuga de mi rostro.
La tierra citó a sus testigos y los árboles fueron leídos por el viento. El
fuego nuevamente interrogó nuestros sueños.
La sangre del amanecer cayó en mi pecho y padecí el cruel reinado de las
horas.
No sé cuánto más debo perder para que me sea develado el poema. No sé cuál
es la sed que debo atizar para continuar en la respiración. Eludí las rutas
propuestas por el sol. Bauticé todo lo perdido. Habité la
Edad del grito. Emprendí el camino hacia mi voz.
Y ahora, cuando cierro los ojos, alguien regresa a la vida.
Derechos reservados de Gonzalo Márquez Cristo