Ritual de Títeres o la poesía como protagonista


Ritual de títeres, homenaje a Gonzalo Márquez Cristo. Obra de Jim Amaral

Esta novela, que mereciera en su primera edición de 1992, comentarios del pensador rumano E.M. Cioran y del poeta español José Ángel Valente, así como diversos textos de escritores colombianos (Ignacio Ramírez, Efer Arocha, Enrique Ferrer, entre otros), acaba de ser reeditada por la Colección Los Conjurados, con prefacio del filósofo italiano Franco Volpi.
A continuación dos ensayos inéditos sobre esta obra de Gonzalo Márquez Cristo, que ya se encuentra en las más importantes librerías colombianas y en la gran vitrina mundial de Amazon.com   

Por Carlos Fajardo Fajardo*
“Se imaginó escribiendo una novela
donde todos asistirían como títeres a un ritual,
en una ciudad que rápidamente se deshace”
Ritual de Títeres, Gonzalo Márquez Cristo

“Abrir los diques del lenguaje, ir más allá del monosílabo”. He aquí una de las claves secretas y maravillosas de esta novela-río, novela-poema, novela-ensayo, imagen y pensamiento. Fusión de voces y de vidas al filo de los cuchillos, al fondo de los abismos poéticos e históricos de una generación siempre a la intemperie, la cual vivió las tempestades de la violencia, la búsqueda desgarrada de todos los placeres y el desengaño de las grandes utopías al no dar con ninguna puerta abierta, ninguna luz. Tal es la atmósfera de este Ritual de títeres, seres en medio de la fragua histórica, llenos de fracasos, ruinas, doloroso erotismo y muerte.
En este escenario del mundo, la palabra es la protagonista principal del drama; la palabra convertida en poesía, se entiende. Por ello aplaudo este ritual y caudal poético, esta lucha perpetua donde triunfa la pulsión creadora de la poeisis, su pasión fundante. Sabemos que “el verdadero poeta, según T.S. Eliot, es el que hace de su lengua una gran lengua”. Se alimenta de su tradición, pero a la vez, la supera enriqueciéndose en otras fuentes diferentes a su raíz; se renueva en profundidad constante. Poesía para alterar la vida; poesía para sabotear las rutinarias frases y costumbres de su tiempo, para ser críticos en aquellos períodos donde la pobreza imaginativa y existencial nos consume. Poesía para mantenernos creativos, atentos, vigilantes.
De allí la imposibilidad de nombrar a este río de imágenes novela, o bien, objeto narrativo a secas, pues como tal deconstruye las lógicas tradicionales narrativas, la antigua idea de ser un contador de historias. Aquí existe otra cosa, se ha propuesto otro asunto: quizá sea un rizoma lingüístico donde “el tiempo no fluye: estalla”; un libro que elabora una cartografía calidoscópica de las sensibilidades, con múltiples entradas y posibilidades, o bien un juego de espacios y de tiempos discontinuos, donde cada capítulo –si es conveniente denominarlo así- funciona como multiplicidad autónoma, como un poema en sí, desde sí, sin principio ni fin, laberíntico, descentrado, disperso.  Libro unión de fragmentos construido desde lo par-impar-sin par, de tal suerte que las dicotomías tradicionales de Occidente se intentan romper, o al menos se cuestionan desde la fuerza del lenguaje.
Creo encontrar en ello uno de sus mayores riesgos y propuestas: dinamitar la concepción de la novela, siguiendo la tradición del romanticismo alemán temprano de la “Obra de arte total”, es decir, la fusión de géneros,  lograda, como proponía Friedrich Schlegel, con una liberalidad absoluta pero con un rigor muy grande. Como resultado, el texto se convierte en acto de reflexión filosófica existencial, en una delirante imaginación, en apasionada teoría poética y estética, donde la fuerza unificadora como un continuum es la poesía. Entonces se lee: “La pretensión es consagrar en estas páginas el sueño de la novela-ensayo-poema, de la novela-cuento-teatro, de una intensa literatura esencial”. Desde esta apuesta, Ritual de títeres dialoga con Novalis, Joyce, Broch, Borges, Dylan Thomas, Lezama Lima, Bioy Casares; continúa en la cuerda floja de los poetas dadaístas, surrealistas y expresionistas; se alimenta de Vicente Huidobro y de César Vallejo, se comunica en poema pero se constituye en pensamiento y concepto. Dicha aventura del lenguaje escarba y se contagia de las grandes conquistas artísticas de una modernidad rebelde, crítica y subversiva; de las profanas estéticas vanguardistas de la protesta y del cambio; se contagia de las aventuras del espíritu nihilista nietzscheano, explora la libertad erótica y el “desarreglo de todos los sentidos”.
Hemos asegurado que este “libro-río”, “libro-imagen”, como le gustaba a Gilles Deleuze llamar a su Rizoma -hecho de mil mesetas, de mil posibilidades- se muestra como una fusión de fragmentos que pueden leerse de forma independiente y ponerse en diálogo desde cualquiera de sus partes. Ello obliga a inventar otro tipo de lector, un lector de flujos, de caudales, un lector poeta, receptor-creador que vaya al ritmo torrentoso de las palabras. También aquí encuentro una de las más riesgosas propuestas del libro: exigir –tal vez inventar- otro tipo de lector no lineal, con un capital simbólico muy amplio, el cual dialogue con los momentos y conceptos filosóficos, estético-poéticos y políticos más significativos de la cultura occidental: Heráclito, Platón, Goethe, Kierkergaard, Freud, Kavafis, Coleridge, Rimbaud, D.H. Laurence, Chaplin, Héctor Lavoe, Led Zeppelin, Roling Stones…
Otro lector, otro narrador, otro poeta: “una novela donde la acción es excluida y tan sólo deja sus esquirlas en los hombres derruidos”, se lee en el capítulo X. Y en otro apartado: “el lector pone en movimiento el tiovivo de figuraciones trágicas” (Capítulo XVI), a la vez que  se instaura la ya anunciada por Roland Barthes “muerte del autor”. No hay aquí un Yo narrador plenipotenciario, ni  un narrador tótem. Existen varios narradores-poetas, polifonía y pluralidad de rituales ante la palabra. “Se escribe para desaparecer. Si decimos ‘Yo’ estamos obligados a mirarnos desde afuera, a convertirnos en objeto, a construir un espejo de cinco nombres y pronombres” (Capítulo XXIV). Muerte del narrador tradicional, surgimiento de polifonías intertextuales, calidoscópicas. Es la poesía la que funda estas actuaciones de títeres en medio de la terrible soledad del Ser.
De igual manera, la diversidad de voces poéticas no intenta narrar situaciones cotidianas, sucesos. Estos sólo se sugieren. Más que recrear anécdotas se trata es de construir atmósferas estéticas y propuestas poéticas. Existen, claro, personajes con nombres míticos: Ariadna, la protagonista y Fedra; la trilogía masculina Jano, Orfeo y Mirtilo; historias de amor y desamor que el lector capta entre líneas en medio de la corriente de este sonoro río. También encontramos espacios de una Bogotá real: el barrio La Candelaria, La Carrera Trece, la Séptima, el centro de la ciudad, los bares, pero todo ello alejado del afán novelesco de contar una historia  convencional y sí utilizado como pretexto para formular una estructura distinta de novela y una nueva posición del escritor frente al lenguaje. Es el estallido de la palabra-nómada que desterritorializa todo ritual doméstico de la escritura; es la línea de fuga de la poesía contra lo pétreo, lo consolidado, el confort, la burocracia del pensamiento.
Es esto lo que convierte a esta novela en un “río de estilo”, pues en cada página el lector se encuentra con un profundo y extenso poema, como atravesando un campo minado.
Saludo, pues, este trabajo escritural riguroso y riesgoso; esta atrevida metaforización progresiva y provocadora que va en contravía a las exigencias que hace el mercado a los novelistas de última hora, presos del imperio de la rentabilidad, de la fama y de las preferencias del cliente. Saludo su feroz combate contra las novelas escritas por encargo, fáciles, efectistas, efímeras, reemplazables. Ritual de títeres, muy al contrario, exige varias lecturas, es decir varios desgarramientos. Novela-red que se enreda y desenreda en el laberinto de laberintos donde Ariadna juega con sus marionetas arrojadas al escenario del lenguaje. Novela-experiencia, como si las propuestas de Morelli, en la Rayuela de Cortázar, o de Lezama Lima sobre la idea de escribir la “anti-novela”, la “novela-Metáfora”, se hicieran presentes, concreción, cuerpo vital.
Bajo la oscura, fría y lluviosa Bogotá, estos personajes, dispersos y extraviados, hacen su ritual y se difuminan en “la aventura del lenguaje y en la hoz fundadora de la risa”.

Ritual de títeres de Gonzalo Márquez Cristo
Colección Los Conjurados.
Fundación Común Presencia, Bogotá, 2011. 2da. Edición.

*Poeta, catedrático y ensayista colombiano