Foto: Pilar Duarte Nieto
Por Raquel Abend Van Dalen
Esta conversación con el escritor Gonzalo Márquez Cristo fue realizada por la poeta venezolana Raquel Abend el día 19 de diciembre de 2013.
Tu poesía
se enfrenta a temas considerablemente difíciles. El desamparo del ser humano,
su relación entre el lenguaje y el tiempo, y la naturaleza misma de la dicción
poética... Muchos al escribir huyen conscientemente de estos asuntos. ¿Qué hay
en ellos que te atraiga con tanta fuerza?
Creo que la poesía sólo tiene un tema: la muerte. Lo demás podría ser
prestidigitación estética, escándalo formal, divertimento. Si la narrativa es el
reino de la otredad, si es allí donde el lector puede convertirse en Otro –llámese
héroe o antihéroe–, en el poema se hace posible la conquista de la Unidad según
pensaba Valéry, y como es sabido no existe mayor convergencia que la muerte. Allí
radica la gran fascinación del hecho poético y su profunda opción “creativa” –para
aludir al término griego poiesis.
Y ahora, indagando desde otra variante, si la filosofía es considerada por
Sócrates como una preparación para la muerte,
entonces la poesía, su melliza antagónica, procedente para algunos de esa otra cesación
que es el sueño, tendría que formularse como una libertaria pedagogía para
“existir” (“estar fuera” según la etimología de este vocablo), pues gracias a
aquel sorprendente acto centrífugo es posible capturar el núcleo inmóvil que
permite entrar en nuestra sombra, cuna de las más poderosas imágenes. No hay
que olvidar que Thánatos e Hypnos eran gemelos en la mitología, y que los
griegos hermanaron esas dos hechizantes creaturas: la muerte y el sueño, lo que
jamás puede ser entendido como una casualidad.
Entonces el desamparo que tú mencionas, o mejor la conciencia de la
intemperie interior, es también la certidumbre de la fatalidad, la aceptación
de nuestra naturaleza nimia y efímera, porque la poesía se nutre de la lucidez
legada por lo perecedero. Así esta forma expresiva-existencial nos da la
oportunidad de habitar por raptos el sitio donde se interrumpe el deseo, el
lugar donde su pulsión es resuelta (la morada de la muerte), y en consecuencia
la palabra al enfrentarse a su antagonista, podrá ser reinventada en su
silencio, porque toda idea aflora como una fecundación de conceptos antípodas y
toda poesía como una alianza de palabras en pugna.
De esta manera el lenguaje y el tiempo –retomando otra arista de tu
pregunta–, esas corrientes en las que todos estamos sumergidos, viven bajo el
asedio de la muerte; el primero cuando añoramos su más alta posibilidad expresiva
denominada poesía, que pretende hallar el sitio donde se detiene la palabra para
convocar su resurrección, y el segundo, el torrente rojo de Heráclito, porque
en su permanente morir y renacer, recuerda que el futuro, es de alguna manera,
el nombre más engañoso que hemos inventado para llamar a la muerte.
En tus
poemarios has desplegado un estilo bastante consistente. Una voz que es
coherente de libro en libro. No se trata de poemas en prosa ni exactamente de
poemas en verso, sino de textos escritos en versículos, algunas veces cruzando
la frontera del aforismo. ¿Cómo llegas a esta escritura tan singular?
Creo, y lo dice uno de los personajes de mi obra Ritual de títeres, que el estilo es la forma más alta de la
soledad. Encontré mi escritura o mi forma –y esto lo digo lejos de cualquier
consideración cualitativa– después de numerosos saltos al abismo con
consecuencias radicales para mí. La intención –o mejor la condena– de crear una
frase que no fuese solamente ornamental o musical, fue un duro trabajo donde
entendí que cada imagen y cada reflexión inscrita en un poema tenía que aflorar
de una experiencia, de un “ensayo” –siguiendo
el origen latino del término– realizado con el lenguaje, que define la
posibilidad de pensar, pero también de una contienda con el sexo incendiado y
desde luego con eso que llamaban corazón.
Acabas de
publicar tu cuarto poemario: La morada
fugitiva, donde se percibe la intención de ahondar en tu acento inconfundible,
de antecedentes difíciles de rastrear en el ámbito hispanoamericano… Y al leer
el último poema, que da título al libro, advertimos allí la canción de todos
los perseguidos, los refugiados; no sólo de quienes huyen por motivos interiores,
sino de aquellas víctimas de una realidad social o política aciaga…
Este libro constituye un regreso al origen de mi palabra, porque vuelvo
a la estructura de mi primer poemario: Apocalipsis
de la rosa (1988), de una forma distinta –y
sobra decir que todo retorno implica sustanciales variaciones para que
sea posible–. En La morada fugitiva
la exploración existencial, la desgarradura interior, la tiranía del tiempo, la
herencia de un lenguaje enfermo, la decisión de escribir tan sólo lo que me
determina como si se tratara de plasmar una huella dactilar, y la cruenta
realidad de mi país, están dichos desde la opción milagrosa del poema, que no
se rebaja a la simpleza política, sino a la necesidad de ser vigías metafísicos
de un tiempo calcinado.
Aparte de
una prolongada actividad como poeta, también eres narrador y ensayista, ¿qué de
ti quieres entregarle a cada género literario?
Mi narrativa pareciera descentrada en su esencia y podría decir que ha sufrido
la voracidad de esos dos soles que rigen la reflexión y la poesía, y que llevaron
a Martin Heidegger a afirmar: “Los filósofos y los poetas vigilan la casa
del Ser”. Cuando asumo un poema imagino que en su arquitectura misteriosa y
promiscua pueda coincidir la música, el pensamiento insumiso y el destello
asombroso de la imagen. Por otra parte, cuando me entrego al estremecedor
recorrido mental que impone la escritura de un ensayo espero que la “belleza”
–tan injustamente impugnada por la postmodernidad– florezca en ese fecundo
itinerario. Y por último, al adentrarme en mis relatos fantásticos de El tempestario y en mi “novela” –que
prefiero mencionar siempre entre comillas– avanzo con la certeza de que “la
esencia del arte es la poesía”, como lo afirmaba el filósofo alemán arriba
mencionado.
Tu novela
Ritual de títeres, se desarrolla con
una dicción francamente poética. ¿Qué puentes se tendieron entre la escritura
de esta obra y tu poesía?
Mi “novela” podría ser más –como lo ha
propuesto la crítica– un poema narrativo o un ensayo poetizado, distante de las
normas que orientan éste género que define la Modernidad; especialmente si se recuerda
que en sus 48 capítulos que se entrecruzan la acción es puesta en entredicho.
Esta antinovela escrita hace veinte años, que fue interpretada en 2012 por 30
importantes pintores colombianos –acto que nunca dejará de conmoverme–, quiere
demostrar la fatiga y la vacuidad de la acción en la narrativa exteriorista escrita
en los tiempos de la hegemonía audiovisual, también la norma generalizada de unos
personajes incapaces de pensar, y desde luego la arrogancia de algunos
escritores que pretenden la creación de desmesurados mundos paralelos donde la
poesía jamás es invitada, cuando debemos recordar que sólo somos creadores de
fragmentos, de respiraciones entrecortadas y de rojos alaridos lanzados al
cielo azulado del amanecer.
Ritual de
títeres, cuya
escritura fue para mí tan prolongada y tortuosa (nueve años), sin duda
determinó mi escritura posterior por ser un combate a pérdida con la palabra y con
mi vida constelada de suicidios.
Ganaste
el Premio Internacional de Ensayo Maurice Blanchot y, tengo entendido, que
estás dando por terminado un extenso libro de ensayos. ¿De qué tratarán estos
textos?
Por superstición nunca
hablo de mis obras inéditas, sin embargo te puedo adelantar que contiene un
conjunto de ensayos (tal vez seis), uno de los cuales tiene por título “La
pregunta del origen”, texto ganador del Maurice Blanchot, donde mi intención
fue escudriñar las sorprendentes apariciones del espíritu trágico en la Tierra,
cuya cima fue la catártica Tragedia, consagrada hace dos mil quinientos años en
Grecia.
Pero en general este libro es
una aproximación a algunos temas que me obsesionan, donde pensamiento y poesía se
amalgaman, con el propósito necesario de provocar la luminosa conciencia que
habita en toda “muerte discontinua” y en su mágica opción de retorno.
La
editorial Común Presencia que tú animas, ha realizado un trabajo de difusión
literaria importante, centrado principalmente en la poesía. ¿Qué buscan en un
escritor? ¿Y cuáles son los retos principales de editar hoy en día?
Hace dos décadas tuvimos la idea (con un grupo de desesperados poetas) de
fundar una revista libre, difusora de voces esenciales, que llegó a ser
significativa en el panorama cultural por dar a conocer escritores de otras
lenguas y por realizar memorables entrevistas a grandes figuras como E.M. Cioran,
Saramago, Vargas Llosa, Olga Orozco y Baudrillard entre otros, algunas de ellas
publicadas en varios países y lenguas.
Posteriormente, en 2001, creamos una editorial independiente, donde invitamos
a importantes artistas plásticos latinoamericanos para que sus imágenes dialogaran
en nuestras cuidadas ediciones con los textos de los autores publicados; y es
así como hoy, doce años después, al sobrepasar los 90 títulos, en manifiesta
orfandad oficial, mantenemos nuestra franca pugna con las ligeras temáticas
promovidas por esta época envilecida, objetivo que esperamos jamás sea
traicionado, especialmente porque nos queda la lucidez concedida a quienes
viven siempre al borde de la ruina.
En nuestra Colección Los Conjurados privilegiamos autores que nunca
serían publicados debido a la mezquindad de las grandes editoriales, que con
tanta frecuencia promueven lo banal, la truculencia, y que además han excluido por
motivos de rentabilidad los géneros de la Poesía, el Ensayo y el Cuento, del
panorama mundial.
Nuestro sueño original fue el de publicar una literatura que ayudara a
rescatar las esencias humanas, que denunciara el espejismo de lo real, y que jamás
se lucrara de nuestras heridas, porque somos muchos los que aún creemos en ese
anacronismo llamado libertad.
Diciembre 19 de 2013