Apocalipsis de la Rosa (1988): Otros comentarios

El último rostro de Narciso
Por Ida Gramcko

Tarea sensitiva este hecho de ir recorriendo el libro Apocalipsis de la Rosa de Gonzalo Márquez Cristo, colombiano, que visitó recien temente nuestro país en unión de otros poetas y quien es director actualmente de la hermosa y ví vida revista Común Presencia.
La poesía de Márquez Cristo no es fácil de sobrellevar; seña laba Valery que no había agrado en él ante un libro que no se le resistiera.
¿Cómo resistir este mundo que se interroga y confía súbitamente, pero como se confía en una flor, en una luz, y no en un concepto? El penetran te prólogo de Martha L. Canfield atina en el que hacer de internarse en estas páginas. Podríamos añadir sin embargo que si perdemos la participación en la Unidad misteriosa y total, ganamos en la que puede darnos, como fruto encendido, la conciencia. La conciencia es la que puede retornarnos a lo cósmico y, también, a la infinitud. Considero, por lo tanto, que Márquez Cristo no desemboca en un naturalismo. Su poesía es de lucidez y de añoranza de lo intacto y eterno.

Sólo el vacío puede detenerme:
inventor del alma feliz.

dice el poeta en Raíz de Vuelo y acaso entonces la emaprentamos con Heráclito para quien el no ser o el vacío consistía en la antesala o la promesa del ser, de un fondo unitario que regía lo fugitivo y contingente. En tal sentido, se sacraliza hasta la dolorosa tensión de cualquier pérdida.

¿Cuál triunfo no me aparta de mí?

agrega en el mismo poema. El último rostro de Narciso se disolverá para dar lugar y propiciación a un ego amplificado, ensanchado, en donde el hombre no se ocupa de narrarnos su periplo individual, sea doloroso o alegre, porque ya posee una dimensión unitaria, no sólo con el cosmos, con el pétalo, la semilla, la fuente, sino con toda región filosófica que interrogue y encuentre. Se trata, en suma, de perder la identidad en el primer tramo del poema: convertirse en agua, tierra o fuego, pero luego el problema reside en no conformarnos con lo natural e inconsciente.

Todo ello, sin embargo, no es tarea de un día. Por tal motivo expresa en Los Dioses Inútiles:

Olvidaste la respuesta
para persistir en el camino.

El camino se hace, no se hereda. Todo lo que él significa: debe ser, lo que denominan superyoico, lo que asume pocas perspectivas y decide quedarse a la intemperie. Religión, filosofía y poesía, serán fruto nuestro y no legado. Así se ha ido adentrando este poeta en los más arduos senderos. Uno de ellos radica en amar de modo que no sea orgiástico, amar no con el ímpetu tempestuoso del que siempre tiene la sed sino apreciando intensamente la copa llena. Llega un momento en que los bebedizos no sacian. Sobran vendimia y viñedo.

y los más sutiles amantes
sabrán que el cuerpo ya no existe.

No se busca el exceso de los cinco sentidos. Se busca ir más allá. por tal motivo en Por tu Palabra Oculta dice:

y la extrema cercanía de unos ojos
enseña el secreto de la desaparición.

Desaparición de lo precario y concreto. Pero lo desaparecido contiene un secreto: seguir siendo. Y de otra manera los que tienen -y nosotros también-

...el hábito
de equivocar el paraíso

podemos rectificar sobre ese error. Es lo que hace Márquez Cristo en su libro trémulo y parpadeante. Y lo que continúa haciendo, pues no hay respuesta dada si se quiere seguir en un camino que no heredamos sino hacemos. Recordando a Machado:

"caminante no hay camino
se hace camino al andar"

Libro que empuja, más aún, a la jornada para el hallazgo venidero.


(El Nacional, El Literario, Caracas, Venezuela, febrero 3 de 1991)






En torno a apocalipsis
Por Iacyr Anderson Freitas

La poesía del colombiano Gonzalo Márquez Cristo se encuentra centrada en la exploración del poder revelador de la imagen. En este poder –contaminado por la indefinición semántica que reviste la esencia del vocablo imagen, tejido en sus vecindades con la metáfora, los símbolos, los tropos, etc.– que infunde carácter marcadamente surreal al libro Apocalipsis de la Rosa. De hecho, el cuerpo inusitado de imágenes se presentan como una característica fundamental de esta obra.
A lo largo de treinta y seis poemas del volumen, el recurso simbólico es frecuente, y la mayoría de las veces, devela la médula de una poesía orientada a instaurar un intenso diálogo con la experiencia del Origen. En este sentido, la pérdida de vista del misterio existencial –de la esencia olvidada del mundo– se torna el núcleo temático del libro, en constante debate con las figuras míticas. Apolo, Prometeo, Pan, Narciso... afloran en las páginas de Apocalipsis de la Rosa, del lado de varias referencias bíblicas.
Entre los diversos símbolos evocados por la obra de Gonzalo Márquez Cristo, el fuego, con su ambivalencia de creación y muerte, es el vínculo explorado con sus llamados al apocalipsis, y desempeña un papel primordial, como lo resalta Martha L. Canfield en el prefacio de la obra. Bajo el domino expresivo de este símbolo, Apocalipsis de la Rosa construye su red imaginaria, transpasada a varios espacios, por el eco metalingüistico de algunos poemas nucleares del libro en cuestión.

(Correio do Sul, Minas Gerais, Brasil, junio 23 de 1994).





La fértil oscuridad
Por Mauricio Conteras

Ya desde el umbral, el poeta nos propone el santo y seña de su juego. No es la evidencia, más allá de la función estándar de las palabras, su metáfora: ¿lo oculto de la rosa no es lo que florece? Lenguaje de la develación, de la ruptura de sellos. Algo ha visto el poeta, ¿quizás el oscuro símbolo de la belleza?
Apoyados en una oposición básica (oscuridad-luz), que despliega una serie homóloga de varios términos, podemos leer este libro como el desarrollo de una reflexión a través de un silogismo de la imagen que nos entrega un nuevo saber, producto de la indagación en el "fértil oscuridad".

A partir de un primer asombro, los poemas van ganando nuevas moradas, instancias de la imagen que no es síntesis o conclusión necesaria sino desplazamiento, "causalidad metafórica" que dijera Lezama.
En la mayoría de poemas ya el título plantea el enigma fundamental (Raíz de vuelo, Cielos sepultos, Cárceles de luz, Nido de tinieblas, Prisión de nómadas) que articulado mediante la repetición de un adverbio, una preposición o una acción; remite a un continuo espacio-tiempo actual, presente aciago, desde el cual el poeta anuncia una realización futura, expresada con tono profético; o reafirma la certeza de la condición que atormenta al hombre de nuestra época, tal como lo escuchamos decir en Donde la Herida Cambia de color...

Aquí el grito no cesa
lo bello siempre acaba de despertar
y la visitante de los cuerpos
funda vértigos inmóviles.
Aquí, escucho caer risas
usurpando la oscuridad
donde he aprendido a oír:
pastora de mi aliento.

Aquí lo único nuevo es el fuego,
pero si tejes sangre
o enseñas el linaje del gemido
existirá quien diga
una sola vez adiós.

O en Con Sed de Clepsidra al sentenciar:

Bajo un cielo cegado
por el hierro candente del crepúsculo
te has propuesto realizar
todos tus deseos en el sueño.

Bajo techo de dos ojos
el río de la noche obliga a remar
en las canoas de los cuerpos y las bocas;
o hace que te ahogues atando
el collar de calaveras de tus muertos.

Adentro, hay víctimas del amor inofensivo,
la brújula del pecho decreta los exilios.

Afuera el intimismo atroz
seguirá precediendo huidas invisibles,
la noche impondrá su escritura más propicia
para que el metal siempre desnudo
reemplace al tiempo en su trabajo.

Mañana, una puerta entreabierta
te podrá hacer comprender
que Adán y Eva se alejaron
con antorchas de ojos inmensos
tan pronto inventaron el instante.


O en Derrumbe de Tiempo:


Persiste el lugar de muchas puertas
donde entre ángeles decapitados
recortabas el futuro.
El muerto se nutre con palabras.
Una linterna de sangre
dibuja surcos en tu rostro:
pared que oculta los silencios.
Donde el tatuaje se extravía
cumples citas de la tierra,
abierto el grifo del pecho
se hunde la mentira del adiós...
Y al ser tarde para el fin
bajo cielo hecho de retazos
te imponen deseos sin audacia.
Los enterradores de verdades
ya vuelven con lenguas encendidas
¡y sólo poseerás
aquello que está muerto!


El poema es una concreción de lo atávico o mítico, el presente como carencia (de luz, de palabra, del deseo) y el futuro como tiempo de realización de lo nuevo (planteado, en algunos casos como vuelta a lo primigenio: "La voz desconocida /pertenece a los primeros... /¿Cuál ave negra /aún puede recordarla?"
Presencia permanente de una voz colectiva que soslaya otras presencias: la oscuridad, la noche, el silencio, los que se nutren del dolor, los que han de plantar la luz, los que ríen, los que sueñan, y el "metal siempre desnudo" que reemplaza al tiempo en su acción devastadora.
El poeta es aquel que luego de recorrer los "vestigios de la noche", vuelve para traer "indicios de la aurora", es el que en medio de la noche "y cuando todos saben lo que buscan /sueña con lanzar la rueda del sol por la ventana".
La misión del poeta: indagar los arcanos del lenguaje y adentrarse en la oscuridad con el candil de su verbo que aún cree en la invocabilidad del hombre. Lo que vuela es la luz, es voz surgiendo de la oscuridad en que arraiga, delatando todo aquello que ata o amordaza (el recuerdo: pérdida de esperanza, el hábito de equivocar el paraíso, la certeza de saber lo que se busca, el teatro del olvido).

Imágenes cargadas de tensión poética que se deslizan sugerentes en esas series homólogas que dijéramos antes. En Festín de Prometeo el poeta escribe:

Anterior a la risa, ella
transcurre desde el agua
hacia el último elemento:
intentando proseguir el extravío
el cese de su rostro.

Al poder jugar con su pasado
representa ritos de la fruta negra
y cambia signos en el hombro.
Después habrá una tercera palabra
para llamar a la muerte.

Y esa figura femenina se revela a lo largo del poema, designando una presencia escurridiza. Pero si sabemos que la risa se opone a la tragedia, podemos completar la serie en que se deleita el autor, la risa es luz, palabra, poesía: y lo anterior a ella es la oscuridad, el silencio, y sin duda la muerte.
En Cielos sepultos (publicado sólo en la Primera Edición, 1988), leemos: "Porque en tiempo de dioses subterráneos / una sombra impide engendrar risa /para que nuestro pan muera de hambre". De nuevo la metáfora de términos múltiples: En la oscuridad no hay risa, alegría que se oponga al dolor (nuestro pan); si la engendramos este pan muere de hambre, no lo debemos alimentar.
Cuando en Delatada Oscuridad anuncia que "el secreto /ha sido repartido /y surge un museo /de futuro por morada", sabemos que la certeza del destino anula toda posibilidad de búsqueda, de riesgo, entonces somos habitantes de un museo (lugar destinado a conservar el pasado): estamos muertos.
A pesar de la distribución hecha por el poeta, mi lectura define otros linderos. Por una parte los treinta y cinco primeros poemas (a los que ya me he referido), y por otra el último poema del libro.
Esta segunda sección revela algo que, de manera tenue, ya se insinuaba: la presencia del amor. Pues si había sido nombrado (como experiencia que nos deja un "temblor de eternidad", es en El Legado del Fuego donde asistimos a su consagración como posibilidad de plenitud y redención.
El futuro que, antes se planteara como impersonal, condicionado a la búsqueda de ciertos símbolos, al cumplimiento de ciertos rituales colectivos que conjuran los designios de aquellos que "hacen a puñados esta noche", es ahora posible en el Tú del ser amado ("Tú aunque eres invisible harás amanecer!").
En medio de la noche del hombre que se debate sin voz, en el tormento que golpea como una ola, entre la herida y la ceniza; es donde el fuego hace crecer la rosa.
Si bien Gonzalo Márquez Cristo franqueó el umbral que conduce "a la ciudad doliente, al eternal dolor", y allí forjó visiones apocalípticas, que no le fueron reveladas por alguna presencia sobrenatural; sino por el clamor que no cesa y por la necesidad de poner en su sitio el símbolo que lo atormenta; vuelve trayendo la luz, el canto, el legado del fuego: el amor.
Apocalipsis de la Rosa: un poemario coherente que no vacila en ponerse de frente a la realidad para delatarla, que agrega espacios de una profunda reflexión, al haber sido trabajado en su totalidad mediante una simbología y una imaginería muy personal y elaborada.
Se inscribe este libro, dentro de una tentativa actual en Colombia por vindicar la imagen como fundamento del quehacer poético.
A pesar de cierta insistencia en el manejo de la contradicción fundamental que vertebra el libro; de una ambigüedad que hace difusos algunos poemas (Chaplin, Balada del Poeta Final); y de imágenes que por muy elaboradas pierden algo de eficacia poética; hay aquí un libro de tono decidido, cuyo lenguaje inquietante y sugestivo "modela en el apocalipsis".

(Diario del Sur, Pasto, 18 de agosto de 1991)